ORÍGENES SOBRE LA TRADICIÓN DE ELEGIR EL NOMBRE DE RAFAEL, PARA LOS CORDOBESES RECIEN NACIDOS.

 

ORÍGENES SOBRE LA TRADICIÓN DE ELEGIR EL NOMBRE DE RAFAEL, PARA LOS CORDOBESES RECIEN NACIDOS.


Acorde con los testimonios documentales más antiguos sobre la devoción cordobesa al arcángel San Rafael, que parten de las narraciones del padre Juan del Pino a comienzos del siglo XVII con motivo de la epidemia que sufre la ciudad y en relación con las precedentes apariciones rafaelistas al sacerdote Andrés de las Roelas en la anterior centuria, es en tal momento cuando comienza la piadosa tradición cordobesa de acudir al Santo tutelar en los momentos de mayor dificultad.

El impulso dado desde ese momento sobre todo por los representantes del clero y también del consistorio municipal es decisivo para la propagación de la corriente devocional hacia el arcángel, que se convierte en el más destacado referente de la religiosidad popular cordobesa.

Las sequías, epidemias, malas cosechas, plagas y demás calamidades públicas que habitualmente azotaban a la población, eran consideradas como manifestaciones de la ira de Dios por los pecados de los vecinos, por lo que la intercesión del Custodio era considerada como providencial para aplacar esta ira y preservar a la ciudad de los males de ella.


La ciudad, que en efecto consigue salir indemne en determinadas y sucesivas catástrofes, renueva constantemente su gratitud y devoción a San Rafael. Una de las manifestaciones de esa intensa corriente de fervor al Santo Custodio, es la de dar a sus hijos el nombre de pila de Rafael.

Esta tradición devocional que se mantiene incólume siglo tras siglo hasta llegar a la actualidad, constituye un importante elemento identitario cordobés. De hecho, cuando en el siglo XIX la Iglesia fomenta la imposición del nombre del santo del día a los nacidos -para evitar así la confusión entre abuelos, padres e hijos que acababan llamándose igual- en Córdoba sin embargo se mantuvo mayoritariamente el uso del nombre de Rafael o Rafaela para los bautizados.

En nuestros días sigue prevaleciendo en Córdoba el nombre de Rafael sobre otros clásicos como Alejandro, Daniel, Pablo o Manuel e incluso Álvaro, y no digamos sobre los Iker, Yeray o Jonatan, de nuevo cuño.

 A pesar de las influencias que determinan hoy que los progenitores se decanten por ponerle a su vástago el nombre de Unai en lugar de José o de Antonio, tratando así de dar a su hijo un nombre poco común para hacer énfasis en que su pequeño es único, sin embargo muchos cordobeses siguen fieles a las más genuinas tradiciones propias y se mantienen perseverantes e invariables en dar el nombre de Rafael  para sus hijos.

 Para considerar desde el mayor rigor histórico el momento de inicio de esta tradición, hemos estimado imprescindible acudir a la investigación y consulta de los archivos parroquiales de Córdoba, que nos han aportado abundante información al respecto. El rastreo en los diferentes libros de bautismos parroquiales desde finales del siglo XVI en adelante, nos permite afirmar que gran número de cordobeses comenzaron a llamar y bautizar a sus vástagos con el nombre de Rafael ya desde la primera mitad del siglo XVII, tras el particular auxilio que los cordobeses consideran que venían recibiendo de San Rafael en especiales momentos de tribulación, aunque en un primer momento se les asignaba a los nacidos mayoritariamente más como segundo nombre que como el primero. Así encontramos a multitud de Antonio-Rafael, Alfonso-Rafael, Juan-Rafael, María-Rafaela, Josefa-Rafaela, etc. bautizados en diferentes parroquias de la ciudad.

Sin embargo, será en la collación de San Lorenzo donde se mantenga de forma ininterrumpida esta tradición, que se ve reforzada y generalizada definitivamente a mediados del siglo XVII cuando por las obras que se realizan en este templo parroquial, provisionalmente el culto religioso y por tanto los bautismos se celebran en la cercana iglesia del Juramento de San Rafael. Así lo indican las sucesivas inscripciones de bautismo que aluden a "esta parroquial del Sr. San Lorenzo, que oí se sirve en esta Hermita del Sr. San Raphael”. Esta circunstancia determina que la inmensa mayoría de los nacidos y bautizados en este barrio lleven como segundo nombre el de Rafael o Rafaela, aludiendo al Titular del templo en que se ofició el bautismo.

 Si las narraciones del padre Juan del Pino, primero, y la obra "El Arcángel San Rafael particular custodio y amparo de la ciudad de Córdoba" de Pedro Diaz de Ribas, después, en 1650, iniciaron esta intensa corriente devocional; será en 1755 cuando llegue a su más alto nivel con motivo del terrible terremoto que sufre la ciudad.

 El terremoto de Lisboa, que tuvo lugar el 1 de noviembre de 1755, constituyó uno de los seísmos más destructivos ocurridos n Europa.

 OLA DE DEVOCIÓN. La ola de devoción al Custodio tuvo su punto culminante en las multitudinarias e innumerables celebraciones religiosas en su ermita, a las que todos los habitantes del Barrio de San Lorenzo acudieron de forma Integra y numerosa. Desde el dia siguiente al del terremoto, los vecinos de San Lorenzo quisie ron testimoniar su gratitud a San Rafael que se encuentra constatada documentalmente y una de esas formas fue también la de bautizar a sus hijos con el nombre del Arcángel Tutelar.

 En efecto, y partiendo de la collación de San Lorenzo, se generalizó entonces definitivamente la que hoy es una de las más arraigadas tradiciones cordobesas, como es la de dar a sus hijos el nombre de "Rafael" o "Rafaela".

 LIBROS PARROQUIALES. Los libros de diferentes parroquias de la ciudad y en especial el de bautismos de la parroquia de San Lorenzo lo confirman. Así ya a los tres primeros bautizados en dicha feligresía después del terremoto se le impone dicho nombre. El primero de ellos es Rafael Diego, bautizado el 2 de noviembre de 1755, hijo de Diego de Salas y Mariana de la Cruz. Al nombre de pila de su padre, se le antepone el del Arcángel.

 Igual ocurre con el siguiente bautizado el día 4 del mismo mes como Rafael Francisco, o la primera niña que tras el terremoto recibe el bautismo el día 7 de ese mes con el nombre de Rafaela. En suma la totalidad de los nacidos reciben el nombre de Rafael o Rafaela, bien como primer nombre o bien como segundo, ya que del examen de los libros de bautismo se desprende que a partir de ese momento todos son bautizados con dicho nombre, sea en primero o en segundo lugar. Al inicio del siguiente año 1756 y por si hubiese alguna duda, el primer bautizado en San Lorenzo el 4 de enero, es Rafael José de Alba García a quien siguen sin interrupción rafaeles y rafaelas bautizados todos con tales nombres de pila. Ni un solo bautizado por el párroco Andrés Bonoso Fernández lo es sin contar con este nombre, quien como muestra concluyente de la corriente de fervor que concita San Rafael por su especial protección a la ciudad con motivo del terremoto, incluye al comienzo del libro de bautismos de 1756 la siguiente narración:

“Año 1756 y primero después del espantoso y formidable terremoto acaecido en esta ciudad y en otras generalmente y a una misma hora en el día 1º del mes de Nobienbre del año próximo pasado de mil setencientos cinquenta y cinco, cuio estrago y demás sucedido se hallará individualmente al folio de este libro y conocerá el lector el especial favor y singular beneficio que logra esta ciudad en tener la protección, amparo y custodia del Gloriosissimo Archangel Señor San Raphael”.

 Será, por tanto, este año 1755 el momento histórico determinante y definitivo origen del fenómeno de la generalización del nombre de pila de “Rafael” entre los cordobeses, producido en el marco de una intensa revitalización el culto al Custodio de la Ciudad dentro del ámbito de su religiosidad popular, como consecuencia del terremoto de Lisboa.

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