LA FIGURA HISTÓRICA DE FERNANDO III Y CÓRDOBA.

 

Córdoba, al igual que otras poblaciones hermanas andaluzas, ha tenido a lo largo de la historia especial vinculación con la figura del rey Fernando III. No vamos a incidir en demasiados y ya de sobra conocidos detalles biográficos de Fernando III el santo, nacido en 1199 o en 1201 –que hay varias versiones sobre la fecha exacta de su nacimiento-  en el hospital de peregrinos de la población de Peleas de Arriba, del reino de León, actual provincia de Zamora, lugar donde se levantaría el monasterio de la orden del Cister de Valparaíso, mientras sus padres descansaban con su corte itinerante por tierras leonesas.  Pero sí trataremos su vinculación con Córdoba.

Tras los respectivos fallecimientos de su padre Alfonso IX, la de su tío Enrique I y la abdicación de su madre doña Berenguela, es coronado primero rey de Castilla en 1217 y posteriormente de León en 1230, y desde ese momento el santo rey se convierte en uno de los más relevantes monarcas hispanos, no solo de la Edad Media sino de toda la historia española, puesto que durante su largo reinado y como consecuencia de su actuación se produjeron importantes acontecimientos que marcarían el devenir de la península durante siglos.

Desde la segunda mitad del siglo XIII da comienzo a una campaña bélica para adueñarse de las ciudades andalusíes más importantes del Valle del Guadalquivir, aprovechando la progresiva desintegración de la monarquía almohade, para lo que combina diplomacia y superioridad estratégica. 

Así pacta la entrada de sus huestes en Córdoba en junio de 1236, con el emir príncipe Abul Casán que entrega las llaves de la ciudad tras meses de asedio y de haber negociado los términos de la entrega, después de que previamente el 23 de diciembre de 1235 los soldados cristianos, aunque sin la presencia física del rey, penetraran en la Axerquía de la antigua capital del Califato.

Posteriormente tras la colocación de la cruz y el pendón real en el alminar de la mezquita Alhama cordobesa como muestra de la propiedad real y nuevo carácter de templo cristiano sobre el monumento, se consagró ésta con sal y agua bendita por el obispo de Osma Juan de Soria y el maestre Lope de Fitero, que luego acabaría siendo el primer obispo de la restaurada diócesis cordobesa, realizando esta ceremonia en el ámbito del lucernario de Alhaken II, donde se establecería la Capilla Mayor, luego llamada de Nuestra Señora de Villaviciosa.

Seguidamente, el domingo 30 de junio de 1236, tras la capitulación y entrega de la llave de la ciudad en el día anterior, Fernando III hace su entrada solemne en la ciudad, emulando a su bisabuelo Alfonso VII, que ya en 1146 había entrado con sus tropas en Córdoba, aunque de manera efímera retirándose en poco tiempo.          

Fernando III dedica por tanto a Santa María la gran mezquita de Córdoba una vez consagrada como iglesia cristiana y Tres años después la eleva a Catedral en ceremonia presidida por el obispo de Córdoba Lope de Fitero, también capellán y consejero real.

Desde ese momento el vínculo y afección multisecular que tiene Córdoba con San Fernando, cuenta con tres protagonistas destacados.

En primer lugar, la Real Hermandad de la Purísima Concepción de Linares y su santuario, edificado entorno a la atalaya andalusí de al-Narut, del siglo IX, que es por tanto el templo cristiano más antiguo de toda la provincia de Córdoba y el primero dedicado a la Virgen por mandato del propio Rey santo, donde desde aquel tiempo recibe culto su imagen mariana titular, la Virgen de Linares, Hermandad que organiza esta VI exaltación al rey castellano-leonés por tan grande vinculación y gracias a la cual la figura de San Fernando mantiene su histórica nitidez en la sociedad cordobesa.

De hecho, cuando el rey Fernando llegó a tierras cordobesas el 7 de febrero de 1236 y mientras duraba el cerco a la antigua capital del califato, mandó hacer un hueco en la citada y desguarnecida torre vigía andalusí que después integraría el santuario de Linares, para colocar una imagen de la Virgen y consagrar dicha antigua atalaya califal, de la que hay indicios de un posible asentamiento de época romana y tardo antigua en su entorno, según las investigaciones arqueológicas de Sonia Morelo sobre el Santuario de la Virgen de Linares.  

La primera construcción cristiana se erige unos años después de la conquista, a finales del mismo siglo XIII. Catorce han sido las fases constructivas del santuario de Linares a través de la historia, propiciadas por la propia Hermandad de la Virgen de Linares, o por donaciones de miembros del cabildo e incluso por un pontífice, como ocurre con Clemente VII, el papa de Aviñón Julio de Medicis, que concede indulgencia para la reconstrucción del santuario hacia 1530 al encontrarse éste en ruinas al decir de Nieto Cumplido.

Como evidencia de la histórica unión devocional que entre la Virgen de Linares y San Fernando existe en Córdoba, la Hermandad mariana de Linares siglos después manda erigir un retablo de madera y oro dedicado al rey Fernando en el renovado santuario, formado por un cuerpo principal de estilo renacentista flanqueado por columnas corintias en el que se enmarca la imagen de Fernando III, tallada por Lorenzo Cano en 1804, gracias a la iniciativa de Bartolomé de Olivares y Pablo Canalejo, restaurada por Rafael Díaz Peno en 1939, imagen que en sucesivas ocasiones con motivo de acontecimientos extraordinarios ha acompañado procesionalmente en rogativas a la imagen de la Virgen de Linares en sus traslados a la ciudad a lo largo de los siglos e incluso en las procesiones que se celebran en mayo por los alrededores del santuario con la imagen de la Purísima Concepción de Linares.  Realmente la Hermandad de Linares es el máximo referente y bastión cordobés en el mantenimiento del culto solemne a San Fernando en el ámbito de la religiosidad popular.

El segundo polo de vinculo fernandino en Córdoba, es el Cabildo de la Catedral de Córdoba radicado en la antigua mezquita, creado a partir de la entrada del rey Fernando en la ciudad. En cuyo templo anualmente se celebra siglo tras siglo la festividad de San Fernando y donde reposan los restos del último de los hijos del santo rey.

De hecho, el infante don Juan, nacido en 1245, hijo de Fernando III y de su segunda esposa Juana de Ponthieu, murió recién nacido, siendo sepultado en la capilla de Villaviciosa de la Catedral de Córdoba, dato que confirma esta vinculación fernandina incluso familiar del rey con Córdoba.  

En los estatutos de la misma, recopilados por el Obispo fray Bernardo de Fresneda en 1577, se dice: “… en cada un año, en un día del mes de mayo, que no sea día de oficios, se hará aniversario por el Sr. Rey Fernando que ganó Córdoba…”

Tal alianza se mantiene ininterrumpidamente, tal como podemos comprobar cuando Clemente X firma en 1671 el Breve Gloriosisimus coelesis en honor del siervo de Dios Fernando III concediendo la celebración de misa y oficio propio con rezo de rito doble anualmente en el día 30 de mayo de cada año para todos los reinos de las España y territorios sujetos a los mismos, así como en la iglesia de Santiago y San Ildefonso de Roma, que confirma la extendida consideración religiosa de Fernando III al que públicamente ya se le dominaba como “El Santo”, santidad por tanto per viam cultus, es decir sancionando lo que ya desde antiguo se venía haciendo popularmente, y también para prestigiar la figura real y el carácter divino de la monarquía así como contar con un santo en la nómina de reyes españoles, como desde Felipe IV hasta la reina regente Mariana de Austria se solicitó.

De inmediato, el cabildo de la catedral de Córdoba y los capellanes de su capilla Real organizaron actos litúrgicos, como solemnes misas y sermones, entre ellos los predicados por el agustino fray Alonso Muñoz el 21 de junio y 10 de julio de 1671, o por Pedro de los Escuderos, del colegio jesuita de Santa Catalina, tal como Vaca de Alfaro detalla en su Loa de las fiestas dispuestas por los dos cabildos catedral y del concejo de la ciudad. Igualmente  en la Real Colegiata de San Hipólito de Córdoba se celebró con ese mismo motivo solemne función religiosa, como templo de fundación real al igual que lo era la catedralicia capilla Real de la misma, vinculada tradicionalmente a la figura del rey Fernando en la que en tal momento continuaban los sarcófagos de Fernando IV y Alfonso XI que lo estuvieron hasta su traslado procesional a la Real Colegiata de San Hipólito en la noche del 8 de agosto de 1736 por disposición de Felipe V, llevándose consigo los capellanes reales el patrimonio mueble de la capilla.  

A pesar de su gloriosa historia, la Capilla Real –actualmente en restauración-está ahora sin culto. Sin embargo, permanece también en la mezquita-catedral, a través del matizado esplendor de esta Capilla, el recuerdo vivo de la gran vinculación que los reyes de Castilla y León mantuvieron con la ciudad de Córdoba, gracias a la destacada presencia que tiene Fernando III el Santo en este artístico e histórico lugar, edificado sobre las hermosas arquerías de la antigua Mezquita Alhama de Córdoba, en la parte oriental, correspondiente a la ampliación del califa Alhaken II; antigua Capilla Real actualmente dedicada concretamente a San Fernando.

Como sabemos, es de planta cuadrangular, que se desarrolla en vertical sobre dichas arquerías y la antigua Capilla Mayor. El acceso a la planta de esta capilla se hacía desde las dos puertas –hoy ventanas- de su costado occidental, a las que se tenía acceso desde el presbiterio elevado de la capilla -  hoy desaparecido al destruirse éste en 1879-  por lo que desapareció así también el acceso natural a la planta alta de la Capilla Real, desvirtuándose el nivel del recinto casi por completo de su configuración inicial. Esta real capilla fue edificada para sepulcro del rey Fernando IV de Castilla en 1312.

Lo más interesante es que en la hornacina central de la capilla –decorada con estrellas doradas de 8 puntas sobre fondo azul, y rematada por dos leones- se encuentra en la actualidad una imagen de San Fernando, que preside la Capilla. Dicha imagen del Santo Rey, de ajustadas dimensiones, fue tallada en el siglo XVIII en madera policromada por encargo del cabildo catedralicio y es de autor anónimo. En su cabeza destaca una magnífica y dieciochesca corona real labrada en plata por uno de los prestigiosos orfebres y plateros cordobeses. Es justamente la que preside ahora esta Exaltación.

 

El Santo conquistador de Córdoba aparece con sus insignias reales -corona, manto y orbe en la mano-, ataviado con armadura y blandiendo la desenvainada espada de plata, que simboliza la defensa de la fe cristiana.

 

En suma, desde su consagración como templo católico hasta el momento presente, el Cabildo de la Catedral de Córdoba ha mostrado especial memoria al santo rey en el recinto catedralicio que, como dijo en su día Juan José Primo Jurado, tuvo una decisiva contribución a la conservación  monumental de la mezquita catedral al convenir con los cordobeses andalusíes una capitulación que además de respetar su vida y enseres, evitó que la mezquita Alhama fuese destruida antes de entregar la ciudad a las tropas cristianas. Esta especial protección del monumento fue seña de identidad de la dinastía de Borgoña, pues también su hijo Alfonso X prescribió años después que “la noble Iglesia de Sancta María de la ciudad de Córdoba fuera la más guardada y que no pudiera caer ni destruirse ninguna cosa de ella”.

Esta estela del reconocimiento del culto al santo rey llevó al cabildo de la catedral a encargar en 1675 al pintor egabrense Antonio García Reinoso la realización de una serie de pinturas sobre Fernando III para el presbiterio catedralicio.

Y el tercer protagonista de la presencia fernandina en Córdoba, lo es el concejo de la Ciudad, actual ayuntamiento, como representante del pueblo de Córdoba, que ha resaltado a lo largo del tiempo este lazo secular con la figura del monarca que estableció su repartimiento, configuración jurídica, religiosa e incluso urbanística, celebrando actos cívicos en su honor.

Hay que dejar constancia de que la dimensión religiosa es consustancial a la figura de este rey, que para los creyentes presenta tres especiales características como son su devoción mariana, su respeto por los humildes y su sentido de la equidad.

Por eso, el propio pueblo lo llamaba desde el primer momento el Santo, tal como se ha indicado. En este sentido y a pesar de la incuria de los tiempos, Córdoba no olvida a este monarca que tanto hizo por la ciudad y actual exponente de ello es el proyecto municipal de erigir una estatua de Fernando III en el entorno del Alcázar de los Reyes cristianos en el que el rey santo estuvo alojado durante el tiempo que residió en Córdoba, en un primer periodo hasta el mes de agosto de 1236 en que hubo de ausentarse dejando como gobernador de la ciudad a Téllez de Meneses y posteriormente tras su regreso en febrero de 1240, ya que tras esta primera marcha del rey santo en 1236, Córdoba encadenó hambrunas, epidemias y alborotos provocados por el inaudito encarecimiento de la comida. Informado de la explosiva situación, el rey volvió para calmar los ánimos y poner orden, a requerimiento del concejo de la ciudad.

La labor de Fernando III en Córdoba se extendió a todos los ámbitos de la ciudad, incluyendo el urbanístico, organizando la urbe a través de un rosario de iglesias que van a ser los centros neurálgicos en torno a los cuales los cordobeses despliegan su religiosidad. Son los barrios del casco histórico que se derivan de las catorce collaciones establecidas por Fernando III, siete en la Villa y siete en la Axerquía. En este sentido, la antigua ciudad califal tenía por tanto dos partes principales, la Villa y la Axerquía. Fernando III dividió cada una en 7 entidades menores a las que llamó ‘colaciones’, y en cada una construyó una iglesia para que ejerciera como centro religioso y administrativo. En total fueron por tanto 14 iglesias. Se conocen colectivamente como ‘iglesias fernandinas’ por su origen, aunque la mayoría se terminaron durante el reinado de Alfonso X, hijo y sucesor de Fernando III, o incluso después, ya que realmente, la ciudad que hoy conocemos se gestó tras un dilatado y difícil proceso de castellanización y cristianización iniciado con el santo rey y continuado por sus sucesores, en el que la antigua parroquia de la Magdalena sirvió quizás como modelo para las otras parroquias locales de la época.  

De la participación del concejo de la ciudad en las festividades fernandinas, dan cuenta numerosos documentos como el existente en el Archivo del Ayuntamiento donde nos encontramos una real cédula de Felipe IV, fechada en Madrid el 19 de mayo de 1634, firmada por el propio monarca solicitando a la Ciudad de Córdoba que contribuyese con la mayor cantidad posible a los gastos que había de originar la beatificación y canonización del ínclito Fernando III. En esta misma cédula añadía, de acuerdo con la terminología de la época, que “era justo que Córdoba ayudase con más largueza por haberla ganado de los moros que tantos años la tuvieron ocupada”,

En este mismo siglo XVII, la Reina Gobernadora Doña Mariana de Austria firmó otra cédula en Madrid el día 23 de marzo de 1671, dirigida al Ayuntamiento para comunicarle dos testimonios. Uno de ellos para que “se celebrase una fiesta en honor del Santo Rey” y el otro señalando su “festividad y conmemoración el día 30 de mayo de cada año”. El Ayuntamiento acordó que hubiese fiestas de toros en la plaza de la Corredera en celebridad de tan agradables sucesos. Con motivo de la autorización del culto al Santo Rey en el ya indicado año de 1671, el concejo organizó grandes fiestas, donde no faltaron juegos de cañas, corridas de toros, fuegos y luminarias. El Cabildo Eclesiástico se unió a todo ello con los solemnes actos religiosos en la Catedral ya indicados.

Como dice Mª Victoria Aguirre Limousin, con el paso del tiempo, la solemnidad de estas dos fiestas fue perdiéndose, hasta que en el S.XIX, mayo de 1842, la Corporación Municipal aprobó una moción presentada por Luis Ramírez de las Casas Deza, en la que proponía la celebración anual del aniversario de la entrada de Fernando III en la ciudad con celebraciones que solemnizaran a perpetuidad dicho aniversario.

Asimismo, se acordó que, para mayor esplendor de tal conmemoración, se redactara una memoria histórica del suceso, se encuadernara magníficamente y fuese custodiada en el Archivo municipal con la aprobación del ceremonial correspondiente. Se determinaba que el Ayuntamiento se reuniese por la mañana en la sala consistorial y saliendo su alcalde presidente acompañado de la Comisión de Archivos, sacase de él la memoria y volviendo a la sala, fuese leída en voz alta, mientras, los ujieres vestidos de gala permanecían en la puerta del salón. Al finalizar los actos programados en el Ayuntamiento, la Corporación municipal de acuerdo con el Cabildo Catedralicio, asistía en procesión a la Misa solemne y Tedeum, anunciada con el consiguiente repique de campanas y presencia del estandarte real en el crucero de la Catedral. En este acuerdo se concretaba que en la víspera y en el día al que nos referimos se iluminase la ciudad y en la tarde del día 29 de junio hubiese parada militar en el Campo de la Verdad.

De nuevo se extinguió este aniversario perpetuo y de nuevo su olvido. A mediados del S.XX, el día 2 de junio de 1936, como acto final de la feria de la Salud, organizado por el Ayuntamiento republicano del Frente Popular, tuvo lugar una cabalgata conmemorativa del VII Centenario de la conquista de Córdoba por el Rey Fernando III, que simbolizaba la historia cordobesa. Desde centuriones romanos, Almanzor a caballo con su legión árabe, tropas cristianas... soldados de Napoleón, hasta una carroza que encarnaba la justicia y libertad representando al siglo XX. Todos los diarios de la capital se hicieron eco de este acto, con grandes elogios, excepto el diario Guion, del ultraderechista partido Acción Popular, que, en su comentario, refería como gran fallo: la ausencia de la imagen de San Fernando en aquel cortejo histórico, cuando en realidad debiera ser el principal protagonista, obviando quizás que se trataba de una cabalgata y no de una procesión religiosa.

Doce años más tarde, (año 1952), el alcalde Antonio Cruz Conde, restableció la conmemoración de los días 30 de mayo y 29 de junio, al cumplirse el VII centenario de la muerte del Santo Rey, en el día por tanto de la festividad de San Pedro y San Pablo, en el oratorio del desaparecido edificio municipal, cuyo altar estaba dedicado al santo rey y en el que tuvo lugar una sencilla ceremonia en la que no faltó la lectura de la memoria histórica, la santa Misa y el Tedeum. El acto se repitió en los años siguientes, en el mismo lugar y con igual ceremonia, hasta que en el año 1960 se traslada al Salón de Mosaicos del Alcázar de los Reyes Cristianos donde se encontraba el altar de S. Fernando, consiguiendo un mayor esplendor no sólo por la amplitud del recinto sino por incluir en dicha ceremonia la imposición de distinciones otorgadas durante el año anterior por el Ayuntamiento.

Durante los años 1963 y 1964, coincidiendo con el 727 aniversario de la Conquista, el alcalde Antonio Guzmán Reina, recuperó de manera brillante y fastuosa, la celebración de este acontecimiento, destacando en el primero de ellos el traslado de la imagen de la Virgen de Linares al altar del Alcázar de los Reyes Cristianos, con participación masiva de su Hermandad y de sus fieles devotos, y concluyendo con la representación en los Jardines del Alcázar del poema dramático que escribiera Ricardo Molina, titulado “Retablo de la Reconquista”. La magnífica idea del alcalde Guzmán Reina, de equiparar esta celebración, con las de Sevilla y Granada, empezó a desvanecerse en la segunda mitad de los años 70, hasta quedar oficialmente dormida en el olvido.

Sin embargo, fiel cumplidora de la conservación y el mantenimiento de las tradiciones históricas, religiosas y populares de Córdoba, la Real Hermandad de la Purísima Concepción de Linares Coronada, año a año a lo largo de los siglos, mantiene vivo el culto a San Fernando, presente día a día, en el óvalo central de su estandarte, donde aparece junto a la torre de Linares y la imagen de Nuestra Señora, teniendo a sus pies, arrodillado al Santo Rey y en el altar que le tiene dedicado al rey castellano-leonés en el santuario de Linares.

Nuestra historia, que no tiene prejuicios ideológicos, sino que responde a la realidad de lo acontecido, nos demuestra esta comprobada relevancia de la figura de Fernando III en tierras cordobesas.

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